Este 10 de enero se cumplen dos años de la revuelta popular de Gamonal, que desbarató los planes del ayuntamiento respeto a la especulación urbanística pretendida, en dicha ocasión, mediante la construcción del Bulevar. Dos años después, el movimiento vecinal del barrio ha acusado el ritmo de reflujo de las movilizaciones sociales, puesto el ciclo electoral ha puesto las miradas en la conquista de las instituciones de esta segunda transición. Podríamos mencionar cómo el Efecto Gamonal se extendió a otros barrios, como Fuentecillas, donde se formaron asambleas contrarias a la construcción de un puente elevado que formaba parte del Bulevar. Pero la ausencia de conflictos, de medios y recursos para sostener las organizaciones independientes, horizontales, formadas por vecinos, ha causado que en la actualidad el movimiento vecinal viva una suerte de hibernación, a la espera de nuevas batallas por la conquista del espacio público, contra la especulación que reparte la injusticia en la ciudad.
Por aquel entonces se habló mucho de la violencia, pues tuvieron lugar acciones de desobediencia, disturbios y enfrentamientos con las fuerzas policiales. Pero también quedó constancia de que había una violencia estructural e invisible, paro, pobreza, desigualdad entre las vecinas de un barrio que carecía de servicios públicos en buen estado, donde cerraban guarderías y las bibliotecas se caían a cachos, y sufrían el estado deteriorado de sus casas, algunas rayanas en las infraviviendas, sin calefacción ni condiciones dignas y salubres. La planificación urbanística de Burgos se ha hecho con violencia, ya durante las expropiaciones de terrenos y fincas durante el franquismo, acompañadas de nimias compensaciones económicas, o más recientemente con el acaso de las entidades inmobiliarias o las estrategias de estratificación; abandonar zonas, esperando a que los habitantes originarios abandonen las viviendas, para tirarlas y especular con las nuevas construcciones.
La revuelta puso en primer plano de la violencia, en un país como en el nuestro, a la cabeza de la desigualdad en Europa. Pero no la violencia de los disturbios, sino de unas vidas vulnerables e interdependientes que tenían lugar en espacios como los del barrio, Gamonal, poblado por clase trabajadora, aquejado por la ausencia de miles de personas echadas de allí, exiliadas para buscar algún futuro fuera, por el paro y el deterioro de las dotaciones. Espacios intervenidos por las lógicas del capital sobre el suelo, de acumulación por desposesión y de creación de valor ficticio, de privatización.
Pero siempre que surge el poder, hay puntos de fuga, resistencias, que se encontraron en las plazas en el 15M, en las calles durante la revuelta de Gamonal y otras muchas movilizaciones que, aunque no terminaron de triunfar, rompieron con la reglamentación del poder; esto es, normas autoritarias, sistemas disciplinarios (y vimos como Diario de Burgos actuó como uno de ellos, señalando a los y las vecinas casi como a terroristas) que trataban de circunscribir al sujeto en la culpabilidad, el miedo a que le señalen, a la represión y el estigma, en la autoreflexividad y la vida individualista y despreocupada de los demás, siendo todo esto roto en la solidaridad intergeneracional que pudimos palpar durante el conflicto social. El miedo cambió de bando.
Tiempo después, el Efecto Gamonal trató de frenar de nuevo la especulación urbanística, en esta ocasión la cubierta de la Plaza de Toros, que no respondía a ninguna utilidad o demanda social, sino más bien a beneficiar a los constructores y oligarcas de la ciudad. La ciudad volvió a ser tomada por la policía, y la política no encontró vías de negociación y consenso porque quien manda en Burgos son los mismos señores de siempre, los de posibles, cuyas condiciones de vida son mucho mejores que de quienes viven en Gamonal o en otros barrios de la ciudad. En dicha ocasión, se perdió del todo la batalla, pero supuso un aprendizaje para los y las vecinas.
Casi dos años más tarde, la revuelta popular de Gamonal se ha convertido en un símbolo, en un significante movilizador que Podemos, con sus estudiosos de la ciencia política y de la teoría del discurso, ha explotado en distintas ocasiones. Esto no resulta perjudicial de por sí, puesto la batalla por los símbolos es fundamental, y como ejemplo tenemos los significantes de lo que supusieron otras luchas como el 15M o las Marchas de la Dignidad. Al fin y al cabo, las luchas en la calle tienen también su traducción en las instituciones. El problema surge, entonces, en la apropiación de luchas desde abajo, utilizada como forma de apropiarse una lucha, vecinal en este caso, que por su expresión y forma de organización tenía poco que ver con los partidos políticos.
Más allá de las utilizaciones que pudo tener la protesta, preferimos quedarnos, de todas formas, con todo lo bueno que nos dejó aquel conflicto, que fue capaz de hacernos sentir que, aunque intenten de lleno manejarlo todo, atar nuestras vidas; siempre que hay poder, hay resistencia. Eso además de otro episodio de ya larga lucha del movimiento vecinal que, estamos seguros, volverá a emerger.