Zaratustra habló contra aquellos que no se decidían por la acción, pero que tampoco tomaban partido por la inacción, y marchó a las montañas, a pescar hombres y a prepararse para decir su mensaje del eterno retorno de lo idéntico y de la muerte de Dios, la superación moral de los compasivos y ascéticos; también, el hombre habría de morir. Denunció las voluntades bajas y debilitadas, propias a los hombres, tendidos en una cuerda sobre el abismo que conectaba la animalidad con el superhombre, voluntades dubitativas a cada instante, que no aplicaban la fortaleza con que Zaratustra se enojaba y alegraba.
Frente a los buenos y bondadosos, que en realidad fingían su asco por la vida; él amaba la sangre y volar sobre la existencia con vista de águila (símbolo del orgullo), y la serpiente (la sabiduría) enroscada a su bastón. Las gentes que se decían buenas, andaban corrompidos por la “moral de la plebe”, designando como malvados a los poderosos, a la aplicación de la fuerza. Estas gentes buenas renunciaban, en cierta forma, a la vida.
Pensando, en la actualidad, estas enseñanzas de Zaratustra, podríamos comentar cómo la caída de la moral cristiana, que definía lo bueno y lo malvado; malas personas quienes incumplieran las “tablas viejas” (mandamientos, en la numerosa simbología bíblica que parodiaba Nietzsche), pudiera tratarse de una caída modulada, interrumpida. Con la caída de Dios, también el hombre se encontraba cuestionado.
El modo en que se derrumbó la moral cristiana, y su preponderancia social, quizás podría haber conducido a una “crisis en el poder”. Entendiendo el poder como relaciones sociales que influyen en la conducta, en la forma en que pensamos nuestra propia vida; éstas sufrieron una gran transformación. ¿Pero, en el interior del poder, que ha venido a sustituir la moral cristiana? No la reproducción de las relaciones de producción propias al modo de producción capitalista; éste es un argumento demasiado simple. ¿Qué ha venido a sustituir a los conceptos de bondad y maldad? ¿La utilidad, la función, que siguen teniendo en la sociedad?
Esto conceptos siguen operando, aunque sus acepciones han cambiado, presas de su historicidad. Pues la historia contiene su propia espesura, sigue permeando a las palabras y las cosas, y a nosotros mismos (aunque según Zaratustra, para la “plebe”, la memoria de la vida solo llegaría hasta lo que se recuerda de los abuelos). Guerra civil, represión, muerte…
El caso es que lo bueno consistiría, en el interior del poder, en aquel comportamiento que se ajustara a los objetivos de unas tácticas determinadas, articuladas mediante la estrategia de un poder positivo; una gobernabilidad producida desde múltiples puntos (la religión, sí, pero también la escuela, la familia, el trabajo, la cultura, etc.), que da a luz verdades y saberes, que pone en marcha las formas de ser de la modernidad, en las que sentimos existencias que nos autoencarcelan “dentro de nosotros mismos” (irrealizada, pues, nuestra necesidad de libertad y de vida). Nos referimos, por tanto, a un poder que no sólo se articula a través de la negatividad, de la pérdida, la sustracción y la represión de los sujetos.
Lo bueno y lo malo emergen de las condiciones que posibilitan el saber, del ordenamiento autoritario de la multiplicidad de personas, a través de la producción y la adaptación, la asimilación, el cumplimiento de objetivos y la alineación de la conducta. Para calcular lo bueno desde el punto de vista del sujeto, la racionalidad weberiana supuso un claro paradigma, puesto que articulaba las estrategias de poder y prestigio; pero ocurría que, aquí, la escisión cartesiana entre objeto conocido y sujeto que conoce resultaba más nítida si cabe.
El resto de sujetos serían objetos (nuestros amigos, vecinos, etc.), medios para conseguir fines de respetabilidad social; de acceder a la “casta de los mejores”, los buenos y respetaos aristócratas… a éstos los llamo yo también los “burós del poder”, meros administradores de la autoridad que estigmatiza a quienes no se ajustan a las tácticas y objetivos del poder político (ellos, los malos, improductivos locos, ninis, los resistentes), y que premia con niveles de estatus crecientes a quienes sí lo hacen. De la escisión cartesiana también se sigue que la madre tierra, nuestro planeta, hábitat, es otro objeto que sirve a unos fines concretos.
Por tanto, lo bueno y lo malo siguen dependiendo del “espesor de la historia”, de su propia temporalidad. Pero queremos resaltar la relación de la moral con la política: el miedo y la dictadura, el crimen y las pretensiones totalitarias, no denotan a las oligarquías (el 1%, la casta, la burguesía), que en un mundo que cuenta con suficientes recursos para que todos vivamos con comodidad y sin vulnerabilidad, sin andar conducidos a lo penoso del trabajo asalariado, para enriquecer y mantener en el trono precisamente a quienes resultan los malvados, ladrones y autoritarios. Para el poder político, los buenos, los tolerados por su autoridad más cruda, serían quienes aceptaran ésta situación de injusticia que, preocupados en la competición que en números ocasiones tiene lugar en la sociedad, en la supervivencia y el progreso, no cuentan con medios (tanto ideales, intelectuales, culturales, como también los materiales), para revertir la investidura autoritaria del poder, emanado desde diversos puntos, anudado a nuestro cuello y vertido en nuestras palabras…
¡Ay! ¡Como librarse de los lazos de la historia! ¡Del dejo inconsciente de las palabras! ¡Nosotros somos como tú, Zaratustra el ateo, que nos acercamos a quienes son más ateos que nosotros para que nos ilustren con su ateísmo! Nosotros, los malvados.
A los fines que las tácticas del poder se han puesto, con múltiples objetivos; no sólo reproducir las relaciones de explotación el trabajo.