La mente es el templo maldito de los peregrinos de la verdad.

Konrad me había dicho que había visitado el Neurobosque, que se abría tras las montañas de la ciudad de Debian, donde había planificado la construcción de un cono que albergaría a su hermana enferma; la única persona a la que había querido. Los pájaros habían desaparecido del ramaje que mecían los fantasmas. Según nuestro amigo Konrad, los bosques eran los reductos que habitaban los fantasmas de leñadores, asesinos, ingenieros y obreros, bandidos y druidas, que habían muerto en las frondas del bosque…

… los fantasmas habían soplado los pájaros de las ramas…

…el bosque, así Konrad, se desperdigaba en unos surcos de piedra. Me encaramé a un alto y tuve la sensación de que un fantasma había seguido mis pasos, todos los fantasmas habían advertido mi presencia, que perturbaba la paz de los negros transistores por los que fluían todos los pensamientos, pero se resistían a manifestarse sosteniendo el ancestral miedo de los espíritus a no ser escuchados sino en los abismos. 

Bajé resbalándome en la tierra, levantando el polvo que se posaba en los viejos libros, yo soplaba los libros y el polvo se levantaba en el alto mientras caminaba hacia los primeros pasillos del Neurobosque que, sin duda, es un lugar peligroso para las mentes que no cuentan con una preparación teórica suficiente como para comprender que el Neurobosque no sólo consta de una primera parte, unos pasillos superficiales que los lugareños conocen como el Bosque de Valery, el nombre de la muchacha que se había perdido en aquel laberinto natural era Valery, una muchacha que era siempre recordada por los aldeanos de Debian, le habían dedicado una calle y una plaza como si, el hecho de perderse en el bosque para siempre, fuera motivo de heroísmo y tuviera, por tanto, que ser recordado.

El Neurobosque dejaba atrás el Bosque de Valery y se escondía entre los mapas que habían tejido los druidas en las cortezas de los árboles.

Los árboles de Valery eran viejos restos tachonados de resina, su corteza azulada se desprendía en jirones que descansaban sobre la hojarasca, eran árboles tan viejos y elevados como el oráculo de las palabras que yo pretendía encontrar. Los ermitaños habían dibujado señales en los alrededores con el objetivo de guiarse entre la frondosidad de las palabras que susurraban los fantasmas del bosque, las runas que habían dibujado versaban sobre acertijos que los extraños debían resolver si querían seguir la dirección que los devolviera a los altos pedregosos que se posaban tras las montañas de Debian. Fro dijo que Konrad conocía el lenguaje de las runas y que, en realidad, los ermitaños escribían las fases lunares para referirse a los cuatro puntos cardinales; la luna llena indicaba el norte y la media luna el sur, el cuarto menguante el este y el creciente indicaba que el viajero debía seguir una ruta al oeste.

Erré entre los laberintos pensando qué dirección conduciría al Neurobosque. Si las rutas que los ermitaños habían señalizado cruzaban el Bosque de Valery desde las afueras de Debian hasta el otro lado del valle, el camino que condujera a mi destino debería estar precisamente en una de las desviaciones del sendero. Después de un rato siguiendo las pistas de los ermitaños advertí que las ramas de un hillus pendían de un árbol. Los hillus son árboles vertebrados en cuerdas blancas y, por tanto, obedecen la dirección del viento cuando soplan los fantasmas. Pero las cuerdas pendían en los árboles esperando que alguien hiciera un corte en el papel en que había escritos sus designios, colgándolo más tarde de las ramas.

El viento soplaría y las palabras cruzarían el mundo.

Seguí el rastro de los hillus, cuyos brazos habían sido paralizados, y llegué al Neurobosque, que estaba formado por inmensos pilones negros que acababan en una copa rojiza que servía como transmisor de las palabras y los pensamientos, los sueños e ideas surgían de un determinado pilón negro del Neurobosque y producían una electricidad que se manifestaba como el fuego de San Elmo, los rayos de electricidad se condensaban en la copa roja de un árbol y eran transmitidos a otros pilones negros en los que la información era cumplimentada con las imágenes y las palabras que surgían del desarrollo posterior de la pesadilla respecto al miedo inicial, el miedo que aparecía en primer lugar era transformado en un terror que agitaba a los fantasmas, que no habían dejado de seguirme desde los altos pedregosos. 

Caminé entre los pilones negros y pisé el fango de palabras ajadas por las necias personas que las escupían en los valles de Austria como si, al afirmar la idea que tenían de sí mismas, una idea que había sido construida en los cimientos de la justificación de su propia existencia, penosa y gris, que los transformaba en personas que creían ser buenas pero que, en realidad, se habían sometido al círculo de la justificación, la sociedad es formada por personas buenas que comentes actos viles porque, en el fondo, eran animales domesticados incapaces de abandonar su condición bestial, incapaces de reprimir los instintos animales, tan primarios y repulsivos, que tanto asco causaban a Konrad, así Fro, que eran vencidas por la atmósfera delirante a la que se adscribían.

… como si esas personas, al afirmar la idea que tenían de sí mismas, se zambulleran en una ciudad apartada del Neurobosque, el epicentro que desde tiempo ancestral ha regido el fluir de los pensamientos y de las palabras, las personas se alejaban del pensamiento constantemente, eran alejadas del pensamiento por el ruido que bullía en sus cabezas atormentadas por la atmosfera social, las bestias que dormían en jergones de paja componían una atmósfera social que latía en las mentes instintivas de las personas que afirmaban ser buenas personas pero que eran dominadas por el instinto animal.

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