El Tabir Saray |
El relato de los sucesos es obra de un centinela que prefiere mantenerse en el anonimato.
Trabajo en el Tabir Saray, también conocido como el Palacio de los Sueños. Supuestamente debería permanecer bajo el abrigo que confiere el anonimato, pero dejé de temer las represalias que pudieran implicar el ejercicio de mi memoria y de mi libertad. Trabajo en el Tabir Saray durante ocho horas, el resto del tiempo soy un hombre libre.
Recuerdo que sonó el machacante zumbido que indicaba el descanso. Los funcionarios del palacio se agolparon en torno a las mesas, sirviéndose café y almorzando, resistiéndose a desvelar los trabajos en los que se encontraban inmersos. Cuando, de nuevo, sonó el timbre, los funcionarios emprendieron con presteza el camino de regreso a las plantas que ocupaban: Selección, Interpretación, Archivo, Copistería… yo preferí escaquearme. De todas formas, el supervisor me obligaría a quedarme unas horas extra. Como empezaba a conocer la composición del Tabir Saray, el palacio donde se analizaban los sueños de la población, seleccionando aquellos que pudieran comprometer al Estado, un palacio que había sido construido a partir de los elementos comunes a todas las pesadillas, caminé hacia Copistería, en la primera planta, junto a una inmensa fuente donde flotaban peces de oscuras escamas y ojos exánimes. Los posos del café se depositaron el fondo de la taza que sostenía, formando pequeñas islas que, vistas desde arriba, contenían el futuro, podía observar el futuro escrutando la geografía de aquellas islas de café, el futuro era siempre una escenografía en el que obtenía algo distinto de lo que podía tener. Encendí un cigarrillo y, el dejo amargo que legó el tabaco en mi garganta, me acercó de nuevo a las islas de café.
Antes de que fuera obligado a volver a mi puesto de trabajo, obligado en el sentido de que en el Palacio de los Sueños despiden sin demasiadas contemplaciones, decidí volver antes de que el supervisor se enfadara demasiado. De camino, hablé con un centinela que se había apostado en una de las columnas que rodeaban la fuente. « ¿Puedes creerlo?», preguntó el centinela. «Han traído a un pobre desgraciado. Es un hombre de mediana edad que proviene del Mundo Subterráneo. Lo han prendido por uno de los sueños que envió. La puerta que hay detrás de Copistería, una inmensa puerta de hierro forjado en la que grabaron la insignia del Tabir Saray, da a otra sala, una sala que se encuentra absolutamente vacía, aunque, en el suelo de dicha estancia, una pequeña hendidura indica que los laberintos palaciegos se adentran en la tierra. Los centinelas poseemos las llaves de la mayoría de las salas del Palacio de los Sueños. Fui invitado por el General, así el centinela, a utilizar la llave. El General, el preso y yo bajamos por las escaleras. Yo portaba el candil que iluminaba tenuemente nuestros pasos. El preso se hallaba atemorizado, le habían puesto una bolsa en la cabeza y, a cada rato, intentaba detenerse para reponerse e inhalar oxígeno, pero el General lo golpeaba fuertemente con una barra de hierro. Cuando llegamos, después de seguir las intricadas arterias que se ocultan bajo el suelo del Tabir Saray, las piernas del preso mostraban un aspecto lamentable. Sangraba mucho, requería de atención médica, sin duda», dijo el centinela, que había hablado en susurros. « ¿Cómo está el preso? », pregunté.
«Cuando abrimos la puerta de la sala T230-O, una puerta oscura que se camuflaba en la oscuridad de los pasillos subterráneos, el General, el preso y yo nos encontramos con cuatro funcionarios de Interpretación y otros dos compañeros centinelas. Sentaron al preso en una silla de metal asida al suelo, atando los pies y las manos del preso de modo que sólo era capaz de mover la cabeza y contestar las preguntas. Los funcionarios bombardearon al preso con interpelaciones referidas al sueño que había enviado a la prefectura del Mundo Subterráneo, un planeta que el Sultán intentaba controlar sin escatimar en esfuerzos militares, el ejército del Sultán planeaba incursiones para acceder al Mundo Subterráneo, que al haber sido construido bajo el suelo, dificultando el acceso a las ciudades que los hombres más sabios habían edificado siguiendo una arquitectura pensada para la defensa de las propias ciudades subterráneas, las puertas automáticas cerraban el paso al ejército del Sultán, unas puertas que eran programadas desde una central general de mando, muy avanzada tecnológicamente, dotada de la tecnología más puntera, que se contraponía al modo de vida primitivo que profesaban los habitantes del Mundo Subterráneo, habitantes que vivían de las raíces y de la palabas, los funcionaros siguieron interrogando durante horas al preso. Lo único que perseguían los funcionarios de Interpretación era que el preso se derrumbara, que les confesara todo lo que el Tabir Saray quería que confesara », dijo el centinela.
«Pero el preso dijo que hacía demasiado tiempo que había soñado el sueño por el que le interrogaban, que sólo recordaba las pinceladas más generales del sueño, asegurando que era incapaz de recordar las particularidades por las que los funcionarios de Interpretación se afanaban en preguntar. Creo que el sueño del preso se refería a que, un grupo de arañas negras, se habían coordinado, de alguna forma, para hilar sus telas al mismo tiempo, luego aparecían más y más arañas negras que se coordinaban para hilar grandes y poderosas telas. La última escena del sueño consistía en que las arañas derribaban a un león y lo cubrían de tela, sepultándolo en el olvido. Creo que los funcionarios interpretaron que el león simbolizaba el poder del Sultán, obsesionado en someter al Mundo Subterráneo, donde se dice que se organizan los rebeldes, y que las arañas representaban a los minúsculos cuerpos revolucionarios que finalmente se unirían para orquestar una revolución en el Mundo Subterráneo, acabando así con la escasa influencia que el Estado y el Sultán habían conseguido después del conflicto entre el Poder estatal y la población subterránea, que desestimaba cualquier injerencia exterior en su política que, si antes se había fundamentado en el pacifismo intergaláctico, ahora se orientaba abiertamente a hacer la guerra con el Sultán», dijo el centinela.
Le pregunté si el preso parecía un rebelde, si había mostrado animadversión hacia nuestro glorioso Estado.
«Lo cierto es que intentaba cooperar, pero el miedo lo dominaba. Después de nueve o diez horas ininterrumpidas de interrogatorio, interrogatorio en el que se privó al preso de agua y alimento, o de cualquier defensa, el General ordenó que se agilizaran los trámites. Mis compañeros centinelas golpearon al preso mientras yo guardaba la puerta, le golpearon en la boca, le golpearon en las dientes y en su estómago vacío. Cuando el presó abrió la boca para suplicar clemencia, su lengua sobresalió de su boca como una cascabel roja, bañada en la sangre y el escarnio, y gritó ¡Compartir el poder significa antes que nada repartirse los crímenes! También dijo que los rebeldes se habían organizado y preparaban una ofensiva imparable», dijo el centinela