Zoozobra Magazine entrevista a Óscar Esquivias (Burgos, 1972), un escritor que ha cultivado una profusa y excelente obra desde distintos géneros, recibiendo numerosos galardones literarios así como el reconocimiento de la crítica y del público. A mediados de la década de los 2000, la trilogía dantesca basada en la Divina Comedia le consagró como una de las firmas del panorama nacional, publicando además literatura infantil, ensayo o cuento, y apareciendo en prestigiosas antologías. En la actualidad reside en Madrid y prepara una nueva novela, en la que lleva largo tiempo trabajando.
ZM: Sabemos que preparas una nueva novela; sin embargo, no te gusta hablar de tus obras hasta que están terminadas y listas para la imprenta. Nos gustaría que comentaras cómo marcha la novela, y si podremos leerla dentro de poco. Tras los cuentos de Pampanitos Verdes ¿Qué fue lo que llevó a decidirte por una novela? ¿Echas de menos el género del relato? Algunos autores y autoras han repetido que la novela es un género agotado, que los recursos se han extinguido y que resulta muy difícil dotar de vida a la novela, que tenga repercusiones en la propia literatura. ¿Qué piensas del profetizado fin de la novela?
Mi novela se titula La caja de los truenos y llevo trabajando ya varios años en ella, lo que quiere decir que los personajes y sus conflictos me acompañan desde hace mucho tiempo, tanto que a veces tengo la impresión de que el libro ya está publicado y forma parte del pasado. Yo espero poner pronto el punto final, pero igual me pasa como a Antonio López y eso no sucede hasta dentro de dos décadas.
Respecto al paso del cuento a la novela, para mí es algo sencillo y natural: todo es literatura y ambos géneros me resultan muy queridos (hablo como escritor y como lector).
Por otra parte, no creo que el género novelístico corra peligro. Lejos de agonizar, tiene una salud de hierro y una capacidad asombrosa para reinventarse. Otra cosa es que muchas de las obras que se publican tengan una calidad lamentable y repitan tópicos populacheros y trasnochados, pero me temo que eso sucede también en la poesía, el teatro, el ensayo y, en general, en todas las artes: la mayoría de los edificios que se construyen carecen por completo de originalidad y son estéticamente horrorosos, pero no por ello se habla de la muerte de la arquitectura. Todo ello no significa que nuestra época sea peor que otras del pasado: del Siglo de Oro sólo leemos las obras que nos han llegado decantadas por el paso del tiempo, pero no toda la producción literaria de aquella época tuvo la calidad del Quijote. Volviendo a la novela, un simple vistazo a la literatura española reciente creo que sirve para desmentir el anquilosamiento o la agonía del género. Yo este último año he leído, entre otras, obras tan variadas e interesantes como La habitación oscura de Isaac Rosa, Autopsia de Miguel Serrano Larraz, El interior del párpado de Rafael-José Díaz, Brilla, mar del Edén de Andrés Ibáñez, El cielo de Lima de Juan Gómez Bárcena, Alabanza de Alberto Olmos, La hora violeta de Sergio del Molino, Niños en el tiempo de Ricardo Menéndez Salmón, El balcón en invierno de Luis Landero o Deudas vencidas de Recaredo Veredas. Ante este panorama, creo que se equivocan los que proclaman el agotamiento de la novela.
ZM: La relación con la inspiración puede resultar problemática, convertirse en largos periodos de sequía sólo interrumpidos por el frenesí creativo. Este es un problema que afecta a muchos escritores y artistas, pero tú has mantenido un ritmo muy saludable a lo largo de tu obra. ¿Cómo lo has conseguido? ¿De qué trucos se trata? Para que la inspiración se presente en plenitud, escribir requiere de un cierto aislamiento. ¿Crees que te has perdido algo por haber estado encerrado en preparar y escribir?
Cada artista tiene una relación diferente con la creatividad, facultad que, además, por sí sola no llega muy lejos si no va acompañada por la disciplina y el trabajo (y por el sentido crítico para analizar los resultados y no conformarse con cualquier cosa, claro). No tengo ningún truco especial. Voy apuntando las ideas allá donde se me ocurren y para ello llevo siempre conmigo una libretita; después trabajo sobre estos apuntes en casa, en el ordenador, y los desarrollo. De allí salen los cuentos y las novelas que voy publicando, y también muchos esbozos, muñones narrativos y textos inconclusos que desecho porque no me parecen logrados. Como bien dices, es necesario cierto grado de aislamiento y de silencio para poder meditar y tener una perspectiva más objetiva sobre el mundo y la calidad de las ideas propias; para mí esas horas de trabajo lo son también de felicidad y de enriquecimiento: no sólo basta con vivir, hay que procesar las experiencias, las emociones y las ideas, si no todo ello no nos serviría de nada y acabaríamos teniendo la vida interior de un poto o un hámster. Por eso, no lamento en absoluto el tiempo que dedico a la escritura, incluso cuando las horas de trabajo terminan en la papelera.
ZM: Sueles comentar que escribes porque mudas de piel, cambiando de identidad y transportándote hasta las vidas de los personajes, sus mundos y conflictos. ¿Hubo algo de evasión en tu afición por la lectura y la escritura? Para caracterizar a los personajes, numerosos autores han recurrido a la psicología y al psicoanálisis. Según uno de los pensadores de esta corriente, Jacques Lacan, la literatura crea subjetividades a partir de significantes que crean efectos en el lector. Con Flaubert había bovarismo y con Shakespeare hamletianos. ¿Cómo vería el mundo don Cosme Herrera? De todos los personajes que has creado ¿Con cuál te quedarías si tuvieras que vivir en su piel?
La literatura tiene algo de juego y de fiesta de disfraces, desde luego, pero eso no significa que sea algo meramente evasivo (de hecho, la llamada «literatura de evasión» me suele parecer profundamente aburrida). Creo que mi afición por la lectura tiene que ver, desde niño, con varias cosas: el gusto por aprender algo que desconocía (y, en relación con esto, la sensación de plenitud que me da entender algo que antes era confuso para mí o en lo que no había reparado), el asombro que me producen las historias fantásticas (porque la literatura no sólo se nutre de la realidad, sino también de los sueños –y las pesadillas–) y, en fin, (y quizá sea lo más importante) el encandilamiento que siento ante una historia bien contada, esa hipnosis creada por un texto absolutamente persuasivo, que te conduce por donde el autor quiere y anula todos tus prejuicios y reticencias (lo mismo puede suceder, por supuesto, con una gran película o una música maravillosa).
En cuanto a la psicología y el psicoanálisis, a mí me resultó muy enriquecedora la lectura, en mi adolescencia, de las obras de Sigmund Freud. No sé si influyó directamente en mi escritura, pero sí me sirvió para ver con otros ojos la realidad, me animó a autoanalizarme y, desde luego, a no menospreciar el subconsciente. Yo le tengo gran aprecio a Freud, por más que sus teorías me parezcan a menudo pura literatura. O, mejor dicho, gracias a que sus teorías parecen pura literatura.
Respecto a la visión del mundo del canónigo Cosme Herrera, es bastante quijotesca (no deja de ser una mente idealista deformada por los libros, capaz de embarcarse en las aventuras más enloquecidas). Si yo tuviera que meterme en el pellejo de alguno de mis personajes, no sería en el de don Cosme sino en el de Étienne Galeron, protagonista de un par de novelas juveniles (Mi hermano Étienne y Étienne el Traidor). Es el más simpático y guapo de mis personajes (y quizá también el más misterioso).
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