ZM: La literatura depende de los contextos de cada época y en la actualidad vivimos momentos de emergencia social, reflejados por obras como En la orilla, de Chirbes. ¿Qué signos caracterizan a la experiencia humana en esta época? ¿Por qué crees que, en una sociedad donde las posibilidades de comunicación e información son tan grandes, existen tantas personas aisladas, excluidas o apartadas? Vivimos en la confusión y el ruido, mientras los estigmas de la enfermedad mental y la ansiedad se extienden. ¿Tiene la literatura el poder de atajar la confusión y ofrecernos pistas para nuestras vidas?
Vivimos en un tiempo muy contradictorio y es difícil saber hacia dónde va a evolucionar nuestra sociedad, si en España van a triunfar los movimientos sociales regeneracionistas (ojalá) o, por el contrario, habrá una involución mayor. Ni siquiera es seguro que, dentro de unos años, nuestro país siga existiendo como Estado (al menos tal y como lo conocemos), ni tampoco sabemos las consecuencias que las tensiones territoriales producirán en la evolución ideológica de los ciudadanos, por no hablar de la incidencia de la situación internacional y de los distintos problemas con los que nos enfrentamos (los movimientos migratorios masivos, el radicalismo islámico, la contaminación del planeta, el control de los recursos energéticos, la especulación financiera internacional, el auge de la xenofobia en Europa, etc.). Hay escritores que tienen el don de iluminar con sus obras la sociedad en la que viven. Sin duda, conocemos mejor la historia –y el alma– del siglo XIX gracias a Pérez Galdós, Flaubert o Dostoievski que a los libros de los historiadores contemporáneos, y parece fuera de duda que Rafael Chirbes ha ofrecido un retrato de la sociedad española actual muy convincente. De todos modos, la «experiencia humana» trasciende lo político y lo social: quizá en este momento lo que más preocupe a alguien no sea lo que aparece en los titulares de los periódicos, sino sanarse de la enfermedad que le acaban de diagnosticar, o seguir las exigencias de su vocación religiosa, o vengarse de alguien, o enamorar a otra persona, o resolver un teorema matemático. Si un escritor sabe contar con las palabras justas (esto es, las más poéticas) esa inquietud vital, quizá sea de lo poco que quede de nuestra época cuando en el futuro piensen en las primeras décadas del siglo XXI: «Ah, 2015, ese fue el año en el que se escribió la novela »El teorema de Peppermint» o »Mi crisis de fe»», y a estas personas del siglo XXVI les dará igual si en aquel tiempo se proclamó la República de Cataluña o si Esperanza Aguirre llegó a ser alcaldesa de Madrid, cosas que a nosotros ahora nos pueden parecer importantísimas.
En resumen, estoy convencido de que la literatura puede iluminar un conflicto social (y a menudo lo hace mucho mejor que los medios de comunicación del momento) pero eso no es necesariamente lo primordial. Su verdadero valor está en su belleza y verdad, como sucede con cualquier otra obra artística (sé que las definiciones de «belleza» y «verdad» pueden acarrear horas de discusión, pero creo que el lector sabe a qué me refiero).
Respecto a esa percepción de encontrarnos en un mundo deshumanizado en el que abundan los trastornos mentales, me parece que se debe a una exacerbación del espíritu romántico que caracteriza a la sociedad occidental desde hace dos siglos: somos profundamente individualistas y emocionales y, como diría Santayana, vivimos dramáticamente en un mundo que no es dramático.
ZM: Hiciste pública tu homosexualidad en una ciudad como Burgos, en la que ha dominado una cultura tradicional, conservadora y autoritaria. Otros autor@s como Beatriz Preciado se han quejado de lo difícil que es salir del armario en Burgos. ¿Sufriste problemas sociales por tu condición de homosexual? En la actualidad debemos lamentar que no haya movimiento LGTB en la ciudad. A pesar de que hubo experiencias pasadas, ¿Por qué crees que, desde entonces, la izquierda burgalesa no ha articulado las demandas del movimiento LGTB?
Cualquier homosexual, incluso hoy (pese al admirable avance que ha experimentado España), está acostumbrado a escuchar desde niño –y casi cotidianamente– comentarios denigrantes sobre su sexualidad (aunque no estén dirigidos personalmente a él y sólo sean burdas generalizaciones); por no hablar de las situaciones de acoso o violencia física. En mi caso particular, a veces he pasado por situaciones muy desagradables por comentarios homófobos dichos en mi presencia y, en una ocasión, se vetó a última hora mi participación en un acto público cuando el organizador supo que yo era gay, pero aparte de esto, por fortuna no he tenido ninguna experiencia violenta ni traumática.
Respecto a los movimientos LGTB, sería estupendo que en Burgos los jóvenes se organizaran, porque encontrarían un apoyo mutuo para afrontar su orientación sexual y los eventuales problemas que se les pudieran presentar. En cualquier caso, desconozco por qué no existen asociaciones, quizá sea porque todavía hay miedo a hablar en primera persona sobre estos asuntos. Recuerdo que hace unos años el Diario de Burgos quiso hacer un reportaje sobre una asociación recién creada y ninguno de sus miembros quiso salir del anonimato. Es respetable vivir en secreto tu sexualidad, faltaría más, pero también creo que es contraproducente considerarla algo vergonzante y resignarse a llevar una doble vida, llena de disimulo y mentiras, aparte de que así se perpetúan la discriminación y el inmovilismo social, y se consigue justo lo que quieren los homófobos, que seamos invisibles.
Respecto a las reivindicaciones sociales de los homosexuales, creo que el grueso de ellas han sido asumidas por los partidos políticos de la izquierda (y ahora, incluso por el PP, para indignación de sus votantes más tradicionales). La reforma del Código Civil del gobierno de Rodríguez Zapatero fue un hito en la historia de los derechos humanos en España. Aquí no podemos quejarnos de desigualdad jurídica ni de desprotección legal, basta echar un vistazo a la situación de otros países para darse cuenta de lo afortunados que somos.
ZM: Desde que surgiera el Efecto Gamonal se han reactivado los movimientos sociales en Burgos y los ánimos y las luchas parecen indicar que la juventud quiere un cambio. ¿Qué le dirías a los y las miles de jóvenes preacari@s que no pueden planear un futuro? En alguna ocasión has comentado que Burgos es una ciudad para volver, y en cierta forma tuviste que marcharte para consagrarte como escritor en Madrid. ¿Cómo fue abandonar tus raíces? ¿Piensas volver a modo de retiro de la tercera edad?
El futuro no depende sólo de los demás, sino sobre todo de uno mismo, así que yo les diría a los jóvenes que se preocupen por formarse y por tener un criterio personal e independiente, que no se dejen manipular y luchen por sus ideas y por su vocación, aunque para ello tengan que contrariar las expectativas de los demás (incluidas las de su grupo ideológico más próximo, sea del signo que sea). Y que se esfuercen por ser amables, creativos, alegres y desprendidos (estas cosas van con el carácter de cada uno, pero no está mal cultivar ciertas virtudes).
Respecto a mis planes para la ancianidad y puestos a soñar, yo me veo más bien retirándome en las islas griegas o en una villa toscana frente al mar (aunque al paso que voy creo que no voy a tener ahorros ni para alojarme en el camping más astroso de la provincia de Livorno). Mi llegada a Madrid no tuvo que ver con ninguna carrera literaria (de hecho, mi editorial –Ediciones del Viento– está radicada en La Coruña) sino con ciertas aspiraciones académicas en la Universidad (que pronto deseché) y también con el deseo de vivir con libertad mi sexualidad, pues el Burgos de la época era ciertamente hostil para un gay (aunque seguramente no más que otras ciudades de su tamaño). No tengo la sensación de desarraigo, todo lo contrario. Estoy frecuentemente –y por largas temporadas– en la ciudad y en la provincia, ambas me gustan mucho y me inspiran, y de hecho creo que todas mis novelas las he terminado de escribir en el pueblo de mis abuelos maternos, rodeado de páramos y de campos de cereal.