Rajoy, obsesionado con que Aznar salte de nuevo a la escena y le quite los votos de la extrema derecha que hasta ahora ha aglutinado el PP, ha demostrado que desea reencarnar a Franco; parece dispuesto a todo y esa podría ser su tumba política. En Catalunya ahora mismo se está fracturando el simulacro de la democracia, pues lo real aflora en las calles, es el deseo de los catalanes: votar, independizarse, protestar contra el franquismo rampante. El problema radica en que esos deseos han sido traducidos, por ejemplo se ha vinculado el referéndum del 1-0 con la democracia pero, en caso de celebrarse y de que ganara el sí, de qué democracia se trataría la nueva República Catalana, tras un proceso dominado por la burguesía de Barcelona, sino de otro simulacro democrático que escondería la dominación y la haría más o menos aceptable. Me refiero al reino de la representación, de los políticos y de las cámaras, donde se construye lo que sucede noticia a noticia, alocución a alocución, pues el lenguaje adquiere aquí la función de ordenar, nos dicen: creed esto, esto es realmente lo que sucede, acaso no ves que te lo estamos retransmitiendo en directo. Se abre la batalla de los discursos, y al final no queda nada real, nada verdaderamente democrático en nuestras vidas. Como mucho una reunión de vecinos.

En el simulacro democrático, el modelo se impone antes que lo real. Por eso el independentismo de izquierdas habla de hacer realidad la república en las calles en un sentido concreto, es el devenir catalán que sueñan y construyen hermosamente nuestras compañeras de las CUP, esa tierra que ahora está sostenida únicamente sobre la movilización social. Lo real aflora cuando el simulacro ya no funciona, ya no produce credibilidad, ni goce, ya nadie se cree eso de la democracia. Al fondo suenan las televisiones y las radios, dando órdenes sin parar. El tema catalán aburre. Y no vamos a pasarnos la vida debatiendo de Catalunya, hay que hablar de lo social, por qué no decirlo, con Baudrillard; lo social es la imagen de la muerte, de lo que está muerto que es la sociedad, porque si la mejor forma de socialización, como dice Baudrillard, es el capital (por ejemplo, el capital corporal en un discoteca, el capital cultural en una facultad), entonces qué es lo que queda sino la plaza del mercado, el yo te doy a cambio de. Y lo peor es que nuestros cuerpos son como puestos ambulantes de esa plaza que se abre cuando abandonamos la soledad. Lo más paradójico es que muchas personas deseamos acudir al mercado para dejar de sentirnos tan solas. Ay, no nos duele Catalunya, ni España, sino el nihilismo.

Lo político, es decir las relaciones entre las personas, hace mucho tiempo ya que se muere. El deseo es el último grito desesperado de lo político, el deseo es la fuerza de amar que solo se produce en sociedad cuando las relaciones entre tú y yo ya no son mediadas por el capital (sea éste del tipo que sea). En la acción colectiva no hay nada de eso sino mucha gente diferente ejercitando la facultad transcendental de la sociedad; la libertad.  Concluyendo, no queda otra salida que la movilización permanente y la pugna por saturar de deseo, de realidad, la democracia representativa, siguiendo así la línea de fuga que se aventuró a seguir en sus primeros compases la primavera quincemayista. No nos representan.

 

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