El otro día me llegó una carta muy extraña con el sello del Frente Antiprostitución. Se trataba de una felicitación navideña en forma de cuento, decorada con pequeños dibujos que representaban a un alegre Tomás Moro. Creo que en estos tiempos resulta de interés saber que hay vecinos nuestros que no se rinden y que siguen sonriendo – y riéndose- a pesar de todas las dificultades, con que reproduzco a continuación el texto:

Había una vez un reino que, como resulta habitual en este tipo de relatos fantásticos, se encontraba dividido entre señores y siervos; o si se quiere decir en otros términos, un reino segmentado entre madames y meretrices. En teoría el rey mandaba sobre los señores, pero no estaba muy claro hasta qué punto los proxenetas y las madames controlaban a su excelentísimo monarca.

El reino de Españalandia era una gran casa de putas, y se encontraba en problemas en el sentido de que había gentes que habían dejado de disfrutar del goce prostitutivo; esas gentes no eran de por sí vascas, ni siquiera catalanas, pues a la hora de ser obligadas a prostituirse dichas personas se sentían igual de mal provinieran de Bilbao, de una aldea perdida en el Vall d’Aran o del barrio donde nacían alegremente las flores de los gamones, en Burgos. Eso daba igual. La preocupación de su excelentísimo monarca se debía a que, las vaginas que el sistema había abierto a esas personas en la espalda, se estaban secando, esas vaginas se iban laminando y resquebrajando como sedimentos geológicos que poco a poco iban cicatrizando las espaldas. Las monedas ya no se introducían en los cuerpos.

Los choros de los trabajadores ya no se lubricaban ni con aceites. Los validos del rey, conocidos como Espectaculadores (que daban mucho por el culo) debido a que convertían cualquier mínimo conjunto de datos en un gran espectáculo circense, se habían entregado al pánico después de que la situación empezara a descontrolarse.

Como había cada vez más personas cuyas vaginas se iban sedimentando, como si la grieta se fuera cerrando con millones de partículas, entonces esas personas no podían de ninguna de las maneras disfrutar de las monedas con las que les pegaban las madames y los proxenetas en sus respectivos centros prostitutivos de estudio y trabajo. Entonces cientos de miles de trabajadores dejaron de disfrutar de prostituirse, pues de ninguna manera podían pagarles, de manera que se pusieron a pensar y hablaron entre ellos, llegando a la conclusión de que lo más conveniente era dejar los empleos, dedicarse a algo que les gustara – un par de horas del día-, y el resto del tiempo dedicarlos a reflexionar, reunirse, leer, huir de los pitufos tras las manifestaciones, beber bien de vino y cava, jugar y disfrutar de la comida.

Hasta que cierto día, avanzada la huelga, un tipo anónimo rompió su silencio para decir; sólo debemos cambiar de rey, ¿cómo es eso?, preguntaron los amigos que le acompañaban; si la función de rey y de sus validos consiste en negar que haya alternativa, que haya otra forma de vivir diferente a este ser-en-la-prostitución – respondió-, entonces lo único que debemos hacer es poner a otro en el trono, sí, amigos, no me miréis así… el rey Utopos, según contó Rafael Hythloday a su regreso, les ordenó a los utopienses cavar una zanja que convirtiera su terreno en una isla cercada de azul; luego vino la eliminación del dinero y de todos los males, sin dinero, sin prostíbulos, sin fronteras… con muy poco comercio, muy poco trabajo y mucho tiempo libre para disfrutar de la vida… sólo entonces, cuando hayamos horadado la tierra y terminado el gran foso, podremos prescindir de reyes y ranuras, pues ya los méritos y la obediencia no serán plato de gusto para nadie, y el monarca se exiliará, las madames se morirán del asco y Españalandia ya no será como hasta ahora una gran casa de putas sino que se habrá unido a la historia de pueblos que han sido tocados por la gracia divina alcanzando el paraíso en la tierra… sólo si lo logramos Españalandia será la virgen del mundo, tal y como escribió Bacon de su Bensalem, donde los hombres y las mujeres podamos autorrealizarnos como personas y no como cosas pasivas obligadas a prostituirse para Tánatos y el Capital – que en realidad son ambos la misma cosa mortífera-.

Días después de haber escuchado a su amigo, aquellas gentes que ya no tenían vaginas en las espaldas, se dieron cuenta de que ya no eran cientos de miles quienes habían dejado los centros prostitutivos de estudio y trabajo, sino millones, con que al fin y al cabo aquello de la utopía dejó de sonar tan lejano, y cada vez la música utópica del arpa sonaba más cercana y melodiosa; aquellos hombres y mujeres comprendieron entonces, en el año 2020, que la utopía de un mundo sin madames ni meretrices ya estaba desarrollándose.

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